miércoles, 1 de septiembre de 2010

Escapando de los enemigos

Era diciembre del 2003. Ya terminando primero medio y entre los alumnos de la media corría el rumor de la “despedida de cuarto”, una especie de mechoneo universitario con que se despiden.

Ese día alcancé a escapar por una muralla y después de horas dando vueltas, cuan escolar simarrero, llegué a la casa del Pato Cena, un compañero que vivía en la misma calle del colegio. Éramos un grupo grande y en una decisión unánime fuimos a comprar unas chelas para pasar la tarde. El dueño de casa prende su equipo de música y si no era una FM estaba obligado a escuchar punk, repertorio casi único. Sin perdón, los miserables y otros grupos se hacían presentes en un día hasta ahí tranquilo.

Pasaron las horas y mientras la cerveza comenzaba a hacer efecto en un acto de valentía -casi heroico- con el pato hicimos de voluntarios para ir a buscar mochilas al colegio dejadas por unos compañeros producto del apuro de la fuga.

No era tan difícil. Caminar derechito hasta el colegio, pero sin que nos vieran los de “cuarto”, que seguían dando vueltas para agarrar a los prófugos.

Comenzamos la travesía y en arbusto que se nos cruzaba, lo usábamos de trinchera para no ser vistos. Sin tener idea del susto que nos llevaríamos en poco rato más.

En la calle no había mucho movimiento de autos, pero de repente se cruza un furgón y desde adentro nos gritan con tono amenazante que nos detengamos. Le dije al pato que corriéramos. Comencé la carrera y mi amigo se quedó atrás. Lo alcanzaron a agarrar.

Yo partí desenfrenado para llegar cerca del colegio. En ese momento el efecto de las chelas era parte del pasado.

Uno de los tipos salió detrás mío pero no me alcanzó. El furgón contra el transito me siguió y desde adentro el conductor me gritaba con una pistola en la mano y la otra en el volante: “Para pendejo o te disparo”.

Paré, miré para atrás y agitado se acercaba el que me seguía por la vereda. Me agarró para subirme al furgón y comenzamos a forcejear, pero más que eso era una buena mocha con combos y patadas.

Aguanté un poco, pero después se bajó el conductor. Un guatón de 2 metros y ahí no pude más, me tomaron de manos y pies para subir al auto. Hasta ahí no sabía quiénes eran, pero para mí era un secuestro.

Adentro me dijeron de todo. Pendejo de mierda era lo más suave. Cinco minutos más tarde –que para mi fueron horas- llegó mi compañero con su captor, quien colgaba una placa de investigaciones. Se me aclaraba un poco el panorama, pero no me confiaba.

Nos pidieron nuestros carnet y los celulares mientras yo miraba por la ventana pidiendo una ayuda inexistente.

El hombre del forcejeo me dice que lo mire. Lo hago con la cara llena de miedo y en eso se levanta el pantalón para mostrarme un cototo que parecía pelota de tenis. Me encara y dice: “mira lo que me hiciste huevón. Mírame mierda” y me da vuelta la cara con una cachetada.

Seguimos retenidos en lo que para mí era igual que estar encerrado en una pieza sin saber lo que pasa afuera.

No recuerdo bien, pero creo que pasó media hora y llegó un profesor que vivía al frente de donde nos encontrábamos.

Al profe le había avisado la tía de un furgón escolar del colegio. Preguntó qué es lo que había pasado. Ellos respondieron: “Estos cabros fueron vistos abriendo un auto”. A lo que el profesor contestó: “imposible si ellos son estudiantes y están escapando de una manifestación de cuarto medio”

Y tenía razón. Éramos dos escolares y vestidos como tal no hacíamos más que divertirnos.

Se acabó todo. Fuimos al colegio escoltados por una profesora para que los de cuarto no nos agarren.

Más tarde supe que mi amigo había estado acostado en el suelo con una pistola en la cabeza.

Al otro día mis padres y los del Pato enfurecidos con lo que pasó fueron a la PDI y la respuesta fue: “tenemos un prefecto con licencia por lesiones y vamos a investigar lo sucedido”. Qué bonita la justicia o no?


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