lunes, 6 de septiembre de 2010

Comodidad y confianza:

Traficantes ABC1: Consumo, calidad y status

El consumo de drogas es un fenómeno transversal. Sin embargo hay diferencias entre un estrato y otro, como el tipo del producto, grado de satisfacción y la forma de rentabilidad. Los dealers del barrio alto actúan a partir del exitismo que creen poseer.

Por Ignacio Vásquez y Javier Sánchez

El acomodado sector de Santa María de Manquehue se caracteriza por albergar a importantes empresarios, políticos y reconocidos rostros de televisión. A simple vista es un barrio tranquilo y alejado de la ajetreada ciudad.

En una de estas costosas casas, en su habitación, Sebastián (21) contesta reiteradamente uno de sus dos celulares y responde: “Sí, sí ando chistoso pos loco”. En su cama reposan gramos que, para él son de felicidad y que pronto saldrán a la venta.

La producción, distribución y consumo de drogas ha dejado de ser una actividad propia de los sectores marginales de la capital. El fenómeno se ha trasladado a sectores acomodados como Santa María de Manquehue, Vitacura y Las Condes. El fuerte poder adquisitivo, el movido ambiente nocturno, las drogas de mayor calidad y el cerrado círculo en que se mueven los dealers, permiten que este negocio sea sigiloso y muy rentable.

En una sociedad que está muy estructurada desde la perspectiva socioeconómica, los consumidores del barrio alto ya no frecuentan estos nichos de venta por un tema de riesgo y comodidad. “Ir a meterse a una población por unos caños es un cacho. Hay muchos choros que uno ni conoce, uno no sabe con quién se mete y si voy a salir beneficiado en la transacción. Es mucho riesgo. Primero por mi integridad física y después por las lucas, porque prefiero pagar más acá arriba –barrio alto- que arriesgarme”, cuenta Francisco Fáez (22), consumidor y amigo de Sebastián.


Traficantes ABC1

La cercanía y la confianza son aspectos fundamentales para los vendedores y su red de consumidores. No cualquier persona puede comprarle droga a este tipo de dealer. “Estos tipos se manejan en un círculo cerrado, es decir, conocen y saben a quién le venden. Se mueven reservadamente, usan varios celulares y utilizan un código particular. De este modo, es más complejo rastrearlos”, explica Silvia Escobar, Cabo primero del departamento de drogas del 0S-7, Santiago Oriente.

Una característica sustancial de los traficantes del barrio alto es el tipo de droga que comercializan. En los sectores marginales de Santiago, prevalece la pasta base, la marihuana prensada, drogas que se destacan por bajo su valor pero mayor toxicidad, lo que genera mayor adicción. “Rastrear y detener a las personas que venden este tipo de alucinógenos es más sencillo. Los adictos siempre están cerca del lugar en que se comercializa. Esto es por el grado de desesperación o de angustia que generan estas drogas”, señala la cabo Escobar.

En cambio, en los barrios altos el mercado se centra en las drogas más puras. Marihuana de calidad, cocaína, éxtasis, LSD, entre otras. Éstas se vinculan a gente que posee un considerable poder adquisitivo porque pueden costear esa calidad.

La marihuana sigue siendo la droga más consumida en el barrio alto, respaldado significativamente por la baja percepción que hay entre los jóvenes respecto a su riesgo. Así lo respalda un estudio del CONACE: en el 18,8% de las familias con un ingreso económico familiar superior a $1.000.000 prevalece el consumo de marihuana, siendo superior a familias con menores ingresos. Y la percepción de riesgo con respecto a esta droga ha bajado de un 73,9% en el año 2000 a un 61,9% en el 2006.[1]

Martín (20) vive en Vitacura y hace poco comenzó a dedicarse a la venta de marihuana. Él como Sebastián son consumidores de esta droga y ven en la comercialización una rentable y gratuita manera de fumar esta hierba. El primero va una vez por mes a San Vicente, sexta región, tiene un conocido que posee un cultivo con las más diversas especies de cannabis, a la que cada una le da un valor por gramos, según su calidad. Martín la compra y en Santiago, del paquete adquirido saca una buena porción para él. El negocio: subir el precio por gramo de lo que le queda y aumentar las ganancias para que en un mes volver a repetir el procedimiento. “El Chico” comercializa rápidamente su mercancía, siempre resguardando su seguridad y no contestando celulares que no reconoce. “Sólo le vende a sus amigos y en algunos casos, a amigos de sus amigos”, comenta Christopher, amigo del novato y resguardado dealer.

El caso de Sebastián es similar pero se diferencia en un aspecto. Un distribuidor más grande (en cantidad), le entrega un número determinado de gramos para que los comercialice y le exige un determinado precio. “El muerto” como le dicen sus amigos, sube el valor del gramo para alcanzar el monto que ha establecido su distribuidor y lo que sobra lo deja para él. Para Sebastián es fácil vender la droga porque tiene un gran número de compradores en Vitacura, que a su vez, son personas cercanas y de confianza para él.

Por otra parte, en el instituto DUOC ubicado en San Carlos de Apoquindo, lugar dónde estudia, sus compañeros siempre le compran o le encargan.

“Hay ocasiones que salgo a carretear con el Seba y él siempre anda con uno o dos paquetes para quién prenda. Los vende en menos de veinte minutos en un carrete. Los guarda en su auto, en un compartimiento que confeccionó en la puerta del conductor para evitarse problemas”, comenta Francisco, amigo y compañero de universidad de Sebastián.

Las precauciones que ha tomado surgieron a partir de la detención de un amigo que utilizaba el mismo método. En ambos casos, su resguardo se centra en la discreción que deben adoptar con sus padres, estos sólo saben que consumen pero saber que se dedican a la venta crearía una gran decepción.

Es significativa esta diferencia entre un traficante del barrio alto y uno de estratos marginales. El hecho de que pertenezcan a una familia de clase alta implica que tienen que resguardar un status quo. Esto determina su estrategia de venta.

Esta estrategia se diferencia principalmente en su modus operandi, es decir, en su distribución, hecha personalmente y la relación con sus clientes, centrada en la confianza otorgada por el circulo cerrado. Esto permite a estos dialers desenvolverse sigilosamente en la comercialización y pasar inadvertidos ante las autoridades.


Familia, marihuana y venta

Pancho (23) consume marihuana desde los 15 años y argumenta que lo hace porque lo relaja. Vende esta droga hace tres años, en los cuáles ha pasado grandes sustos, no sólo con la autoridad sino también con su madre, quién hace poco lo descubrió con las manos en la masa.

Pancho está relajado, su madre anda de viaje y estará solo por varios días. Sus amigos comienzan a llegar de a poco a su pieza, en la cual el humo inundará durante la tarde.

“Yo sólo vendo pitos porque vender cocaína, ponte tú, es más complicado. Primero porque no me gusta y segundo la gente que la compra es cuática. Te pueden llamar a cualquier hora porque andan angustiados. Eso que anden angustiados me apesta porque hace que se pasen el dato y derepente hay personas que me llaman y que ni conozco, mucho riesgo.”, sentencia Pancho.

Su modus operandi no difiere en mucho respecto al de Sebastián y al de Martín. Pancho hace unos meses prefiere ir a Santa Cruz, sexta región, a abastecerse.

“Antes había un compadre que me entregaba una cantidad que tenía que vender, de esa forma tenía que devolverle la plata y aparte aprovechaba de fumar gratis. Pero hace un tiempo caché la mano que en Santa Cruz la ganja crece en los cerros como si nada. Los huasos quieren puro deshacerse de la planta para evitarse problemas. Entonces le ponen buen precio. Así que ahora no le rindo cuentas a nadie y yo pongo los precios. Me ha resultado mejor porque una vez tuve un lío de platas con el tipo que me abastecía y las ví peluá”, comenta.

Fue a raíz de esta independencia que tomó en el negocio que su madre lo descubrió. Una tarde, Pancho estaba paqueteando y fumando la hierba a la vez en la bodega de su departamento. Al terminar olvidó por completo una bolsa ziploc con más de 350 gramos de marihuana. Pasó un rato, su madre bajo y se la encontró de golpe.

Pancho le dijo a su madre que eran para su consumo personal. “Mi mamá sabe que fumo pero le apesta, eso sí le deje bien claro que me gusta y que tengo 23 años para decidir sobre lo que hago o no”, argumenta.

Los paños fríos que le puso a la situación no durarían mucho. Pancho estudia periodismo en la Universidad del Desarrollo. Ahí quienes saben que vende le preguntan todos los días si trae algo consigo. La técnica utilizada por Pancho es andar con una carpeta como si estuviese con textos. La gente abre la carpeta saca el paquete, le pasa el dinero y listo. “Me ha servido caleta la carpeta, los guardias son agujas en la u, pero con este sistema ni sospechan de lo que hago”, comenta.

Coincidentemente, una de las mejores amigas de su mamá estudia en dicha universidad. Estudia psicología y fuma marihuana. Ella le compraba una vez por semana, hasta que un día su madre se le acercó a Pancho y dijo que sabía que era traficante.

“Fue una mariconada de esta señora el contarle a mi mamá, ella sabía que no podía hacerlo, era un voto de confianza que tenía con ella. Aparte como hace poco mi mamá descubrió esa bolsa con caleta de gramos ya no había nada que hacer”, reflexiona Pancho.

Su madre le dijo que ya estaba grande para asumir sus responsabilidades y que si lo pillaban ella no haría nada. El problema que surge es que el padre de Pancho era Carabinero y ahora se retiró. Él dice no tener una relación con su padre, este al enterarse de la situación por la madre de Pancho, trató de intervenir.

“Me llamó y me invitó a tomar unas cervezas. Me bajó la duda al tiro porque él nunca me llama y menos me pide que nos juntemos. Me pidió que dejara de vender, que aparte de ponerme en riesgo a mí, lo ponía en riesgo a él también”, sentencia.

Su situación podría haberse complicado cuando en una ocasión, luego de asistir a su liga de fútbol en Huechuraba, se encontraba fumando marihuana en su auto con dos amigos.

“Estábamos fumándonos un pito luego del partido con unos amigos. Derrepente un tipo con terno me golpea la ventana y me preguntó si andaba con más marihuana. Mostró su placa y era un agente encubierto del 0S7 de Carabineros. Le dije que no y me acordé que tenía esa bolsa ziploc en la maleta. El tipo nos dijo que arrojáramos el pito y que nos fuéramos. Si me hubiese pillado, lo más probable es que ahora estuviese en cana”, asegura Pancho.

Luego de este exabrupto familiar paró de vender por dos meses, pero asegura que apenas le llegue el dato de Santa Cruz volverá al negocio. Aún consume marihuana, a pesar del terror que le tiene su madre a la droga.

“El problema con mi mamá es que ella piensa que la marihuana es igual que las otras drogas. Le he dicho que no es asó que es algo natural que crece de la tierra no cómo las otras que son químicas y tóxicas para uno. Imagínate lo que piensa de su hijo que vende droga”, comenta Pancho.

Su madre al volver de su viaje le trae de regalo paradójicamente una pipa de agua a pancho. Esta representa para él un símbolo respecto al hacer entender a su madre lo qué es la marihuana.

Lo que motiva a Pancho en el negocio es tener su propia plata. Su madre tiene muchos gastos con sus otros hermanos y con su padre no tiene ni una relación. Es una manera de ser más independiente para él, con la plata que ha juntado se compra ropa, paga la bencina de su auto y financia lo que más le gusta que es viajar. “Es plata que me sirve, aparte es platita fácil, fumo bien y no le rindo cuentas a nadie”, sentencia Pancho.


Status

“Vivimos en sociedad de consumo y como tal debemos adaptarnos a ella, porque nadie quiere, ni acepta ser apartado. En el caso de la producción, venta y consumo de drogas, diría que es un mercado –por lo menos en los sectores altos- que está asociado con el poder económico, lo que genera una mayor y continua oferta”, comenta el encargado de comunicaciones del CONACE, León Pascal.

Las drogas asociadas al territorio con mayor ingreso económico generan una forma de ser, que está vinculada al poder y al ego de las personas que cometen este tipo de ilícitos, tanto para traficantes como para consumidores. “Este tema se ve mucho más acá en Vitacura, Las Condes y Lo Barnechea, que en otros lados. Creo yo porque hay más plata, las drogas son más fuertes y están las ganas de ser reconocido entre sus pares, porque claro, antes no eran sustancias masivas, y la gente de por acá las trae, lo que produce mayor interés y demanda. Los dealers de acá reciben cierta admiración entre sus pares, uno, porque tienen variedad y calidad de drogas, lo que comúnmente es muy difícil conseguir y dos, por su modo de actuar, que seduce por su misterio”, afirma Héctor Haase, Oficial de Guardia de la 37 Comisaría de Vitacura.

En cuanto a la satisfacción de los consumidores, la tendencia puede variar entre un lugar y otro. “generalmente en los sectores populares, el consumo está asociado a la evasión de la realidad y un escape a situaciones difíciles de sostener. En cambio para las personas de un sector medio/alto y alto las drogas las relacionamos a fiestas, a pasarlo bien, a ratos de ocio”, opina Claudio Avendaño.

A pesar del sigilo con que intenta actuar este tipo de comerciantes ilegales, tienen como ambientes predilectos, eventos y fiestas privadas –de preferencia electrónicas-, ya que en este entorno es donde concurren consumidores.

Con la irrupción de la nueva Ley 20.000 de drogas, se ha configurado el modus operandi del sector. La ley establece penas diferenciadas para quienes trafiquen grandes volúmenes y para quienes lo hagan a baja escala (lo que se conoce como “microtráfico”). Individuos que hoy conocen la legislación y salen con pequeñas dosis de drogas, porque en el caso hipotético de ser detenidos, pueden argumentar que se trata para su consumo, lo que es considerado una falta y no un delito, por lo que no tiene penas privativas de libertad.

Ley que podría dar cuenta de la transversalidad de este fenómeno y desmentir el paradigma que apuntaba sólo a los sectores marginales. Para el sociólogo de la UDP, Claudio Avendaño, el crecimiento de este fenómeno social se debe a un tema de visibilidad. “Los sectores marginales al estar asociados a prácticas delictivas, cuentan con una mayor vigilancia policial comparado con los barrios altos, de este modo, los delitos relacionados con el tráfico de drogas, tienen mayor resonancia en la opinión pública. Esto genera estigmatización a estos territorios”, comenta el académico.

Por otra parte, la nueva legislación permite que uniformados se infiltren donde hayan potenciales focos de distribución. Tal es el caso del sector aledaño a la 37 comisaria de Vitacura en que discoteques y pubs son visitados en masa por la gente acaudalada del sector. Destacan la famosa discoteque farandulera “Las Urracas” y el pub discoteque “La previa”. “Nosotros metimos a un funcionario dentro de Las Urracas y se hizo pasar por dj durante bastante tiempo. Se volvió seco mezclando. Si bien en este tiempo no logramos ninguna detención, ahora estamos enviando a 5 funcionarios cada fin de semana, porque sabemos que en ese lugar se incurre en este tipo de actividad”, cuenta Héctor Haase.

Tanto en la comisaria de Vitacura como en la 17 Comisaria de Las Condes tuvimos acceso a registros de denuncias en los últimos dos meses. Sólo se informa acerca de la detención de un individuo por consumo en abril. Situación ligada a un miedo de los vecinos a denunciar estos hechos y al silencioso modo con que operan estos traficantes, porque “creo que el tema de la droga –con cualquier uso que se le dé- se da más por estos lados, que en los lugares socioeconómicos bajos”, apunta Haase.


¿Necesidad económica?

Es un hecho que quienes distribuyen droga lo hacen principalmente para ganar plata y luego consumir gratuitamente, como es el caso de Sebastián y de Martín. Para Avendaño otra motivación a considerar es mantener un estilo de vida en el cual han transitado siempre, de lujos y comodidades amparados por lo que entregan los padres.

Sebastián tiene un auto con el motor “enchulado”, financiado por la venta de marihuana, y lo más considerable, es que dicho dinero lo utiliza significativamente para el carrete. Consume los tragos más caros, va a los sitios más exclusivos y es muy generoso con sus amigos. Otro dato importante es el bajo rendimiento que tiene en su carrera. “Estos sujetos se dejan estar, por el simple hecho de la facilidad de obtener dinero”, explica Avendaño respecto a este tipo de dealers.

Luego de ser visto ocasionalmente en la universidad, Sebastián está feliz porque es viernes. Llama a su amigo Francisco y le pregunta:

Sebastian: ¿Carreteemos hoy?, tengo el manso carrete y unos chistosos súper finos.

Francisco: Perro, no tengo ni un peso para huevear hoy día.

Sebastián (refutando): Ese no es tema socio, te paso a buscar en cinco - y luego cuelga-.

Francisco no tiene más opción que aceptar ante la jugosa oferta.



[1] “Séptimo estudio nacional de drogas en población general de Chile, 2006”. http://www.subsecar.cl/Estudios/7EstudioDrogas.pdf

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Concepto de Ideología en película "La Ola"

Raimer Wenger, por su calidad de profesor y por su previa preparación para ejercer como tal, debiera, al menos, poseer los pergaminos para entregar conocimientos o experiencia a sus alumnos. Para partir la clase escribe la palabra Autokratie –Autocracia- en la pizarra y luego, para alentar la participación, pregunta por su concepto cediendo la palabra. Después pregunta si es posible una dictadura en nuestros tiempos. Las respuestas son dispares. Desde ahí comienza a cimentar lo que, posteriormente, sería su experimento de aula: promover una ideología entre sus alumnos.

Roland Barthez se refiere a ideología como un conjunto de códigos que interpretan la realidad de manera total. Y esto es lo que intenta hacer el Sr. Wegner con su experimento, incitar a un grupo de alumnos de que existe la posibilidad de formar una ideología, una forma de otorgarle un significado propio a las cosas o a la realidad, primero erradicando las libertades individuales y diferencias entre cada componente del curso para formarse en unidad, en un solo movimiento en busca de objetivos en común. Segundo y con los objetivos claros, que son ellos, integrantes del ramo, los encargados de expandir la ideología como pretendían el fascismo italiano y alemán. Además de semejanzas en conductas como: actos de propaganda (intervenciones en la ciudad), violencia, poder, disciplina o un liderazgo. El elegido, casi obvio por su condición de docente, fue Sr. Wegner (como se hizo llamar una vez proclamado), quien concientizó a sus alumnos sobre una determinada ideología. Estas más conductas de una ideología que salió de la sala de clases para masificarse.

El profesor logró una verificación de su experimento, que era enseñar el término de ideología de una manera práctica. Pero verificación que se fue de las manos, a tal punto de hacer creer a sus alumnos que vivían un verdadero régimen totalitario y de superioridad al resto. El mismo de los tiempos de Hitler. Sin embargo, el grado de convicción y la capacidad que tenga uno para persuadir a los demás (en este caso a los alumnos) no son suficientes, hay que tener claro que existen metodologías de trabajo o ideologías que no pueden ser aplicadas, ya sea por el contexto, por cómo se aplican, a quienes se les emplea, entre otros factores que, hacen sucumbir una doctrina o reafirmando lo obselta que están, como pasa con la dictaduras, el sistema emprendido por el Sr. Wenger para su experimento. Entonces ¿cabria la pregunta? ¿Es posible una dictaduras en nuestros tiempo? O mejor ¿hasta qué punto es posible o valido sostener una ideología? Sí, todas son válidas como formas de interpretar la realidad, pero no todas son irrefutables y con proyección en el tiempo.

Escapando de los enemigos

Era diciembre del 2003. Ya terminando primero medio y entre los alumnos de la media corría el rumor de la “despedida de cuarto”, una especie de mechoneo universitario con que se despiden.

Ese día alcancé a escapar por una muralla y después de horas dando vueltas, cuan escolar simarrero, llegué a la casa del Pato Cena, un compañero que vivía en la misma calle del colegio. Éramos un grupo grande y en una decisión unánime fuimos a comprar unas chelas para pasar la tarde. El dueño de casa prende su equipo de música y si no era una FM estaba obligado a escuchar punk, repertorio casi único. Sin perdón, los miserables y otros grupos se hacían presentes en un día hasta ahí tranquilo.

Pasaron las horas y mientras la cerveza comenzaba a hacer efecto en un acto de valentía -casi heroico- con el pato hicimos de voluntarios para ir a buscar mochilas al colegio dejadas por unos compañeros producto del apuro de la fuga.

No era tan difícil. Caminar derechito hasta el colegio, pero sin que nos vieran los de “cuarto”, que seguían dando vueltas para agarrar a los prófugos.

Comenzamos la travesía y en arbusto que se nos cruzaba, lo usábamos de trinchera para no ser vistos. Sin tener idea del susto que nos llevaríamos en poco rato más.

En la calle no había mucho movimiento de autos, pero de repente se cruza un furgón y desde adentro nos gritan con tono amenazante que nos detengamos. Le dije al pato que corriéramos. Comencé la carrera y mi amigo se quedó atrás. Lo alcanzaron a agarrar.

Yo partí desenfrenado para llegar cerca del colegio. En ese momento el efecto de las chelas era parte del pasado.

Uno de los tipos salió detrás mío pero no me alcanzó. El furgón contra el transito me siguió y desde adentro el conductor me gritaba con una pistola en la mano y la otra en el volante: “Para pendejo o te disparo”.

Paré, miré para atrás y agitado se acercaba el que me seguía por la vereda. Me agarró para subirme al furgón y comenzamos a forcejear, pero más que eso era una buena mocha con combos y patadas.

Aguanté un poco, pero después se bajó el conductor. Un guatón de 2 metros y ahí no pude más, me tomaron de manos y pies para subir al auto. Hasta ahí no sabía quiénes eran, pero para mí era un secuestro.

Adentro me dijeron de todo. Pendejo de mierda era lo más suave. Cinco minutos más tarde –que para mi fueron horas- llegó mi compañero con su captor, quien colgaba una placa de investigaciones. Se me aclaraba un poco el panorama, pero no me confiaba.

Nos pidieron nuestros carnet y los celulares mientras yo miraba por la ventana pidiendo una ayuda inexistente.

El hombre del forcejeo me dice que lo mire. Lo hago con la cara llena de miedo y en eso se levanta el pantalón para mostrarme un cototo que parecía pelota de tenis. Me encara y dice: “mira lo que me hiciste huevón. Mírame mierda” y me da vuelta la cara con una cachetada.

Seguimos retenidos en lo que para mí era igual que estar encerrado en una pieza sin saber lo que pasa afuera.

No recuerdo bien, pero creo que pasó media hora y llegó un profesor que vivía al frente de donde nos encontrábamos.

Al profe le había avisado la tía de un furgón escolar del colegio. Preguntó qué es lo que había pasado. Ellos respondieron: “Estos cabros fueron vistos abriendo un auto”. A lo que el profesor contestó: “imposible si ellos son estudiantes y están escapando de una manifestación de cuarto medio”

Y tenía razón. Éramos dos escolares y vestidos como tal no hacíamos más que divertirnos.

Se acabó todo. Fuimos al colegio escoltados por una profesora para que los de cuarto no nos agarren.

Más tarde supe que mi amigo había estado acostado en el suelo con una pistola en la cabeza.

Al otro día mis padres y los del Pato enfurecidos con lo que pasó fueron a la PDI y la respuesta fue: “tenemos un prefecto con licencia por lesiones y vamos a investigar lo sucedido”. Qué bonita la justicia o no?